Plagio tras el plagio (para los que plagian)

 (Plagio en homenaje a Coll, excelso escritor y humorista)


En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. Con cien cañones por banda viento en popa a toda vela , el barco sobre la mar y el caballo en la montaña.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad?¿Por qué me desenterraste del mar?.

“Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. “Pero, ¿qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión; ¿ una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño. ¡Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son!”. Verdaderamente, el sueño de la Razón produce monstruos.

Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.

Y tú. Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado donde contemplo el mundo. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa. ¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor? Tu pupila es azul, y cuando ríes, su claridad suave me recuerda el trémulo fulgor de la mañana que en el mar se refleja.

¡Cuál gritan esos malditos! ¡Pero mal rayo me parta si en concluyendo la carta no pagan caros sus gritos! Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.

                                                                                                                                    W. Shakespeare.


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