Tras las miserias y desiertos humanos, a cuatrocientos kilómetros de la costa, he aprendido a mirar, a ver más allá, a sentir a la familia próxima sin importar las distancias; a intuir en mi compañero de embarcación a mí mismo, a traducir las formas de la espuma que llegan salpicando a nuestros rostros. Nos anuncian un frescor de esperanza, o impregnan con sal caliente nuestros labios; nos alivian la agonía de la sed o nos advierten de la fuerza de las olas como muros de alambradas. En la noche brillan destellos hermosos que son testigos de historias de naufragios y oraciones, y que parecen levantarse con la marea, desafiantes, mientras las gaviotas juguetean y parecen reírse de nuestro sueño azul infinito.
La ilusión es una paradoja que contradice la realidad, una simulación de sí misma en la que todos los tripulantes de la barcaza creen.
Rozando las olas de la playa, camino con una única intención al llegar: regresar.
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