Las piedras del camino restallaban entre el quejido de las ruedas. Por la pendiente del camino viejo de la cantera, madre conducía el carro, adormecida por las chicharras y la rutina severa de la guerra. Me entretenía nombrando los pájaros que sobrevolaban las arboledas, cuando se escucharon los gritos de un hombre pidiendo auxilio, un gemido lejano de sufrimiento y certeza.
– No has oído nada…¡nada!…¡mira hacia adelante…!- se enfadó madre sin moverse de su asiento, sin dejarme rechistar.
Una mirada última en la nuca me fusiló el alma. Ni mirlos ni grajos ni alondras. Tan solo me abrazaba el vuelo de la costumbre añeja, maternal, de mirar hacia otro lado. Las piedras del camino restallaban entre el quejido de las ruedas y dibujaban tras ellas surcos de silencios.
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