Fotografía de Thomas Hoepker.
La obligación del verdadero artista es
dar un paso más allá, fijarse en los detalles y no repetir
demasiado los números. En tres ocasiones me satisfizo la función
especial para niños. En otras dos, gocé ante público anciano. Una
vez reconozco que fui ritual y aburrido. Esta vez la camarera sirve
el café con sonrisa labiodental. Pensé: “Podría amarte...”, y
ella dijo: “¿Solo o con leche?”. Muevo la cuchara y rostros
comunes se revuelven en los espejos frente a la barra, como mutilados
en serie. Hundo el azucarillo y un codo frío de mujer se clava y me
empuja hacia adelante.
El remolino del café me arrastra a
un cero en espiral, al objetivo del fotógrafo, al cañón de la
pistola guardada en mi costado. Extrañamente excitado, he vertido
gotas de café en mis pantalones estampados. Una vez que el fotógrafo
pulse el botón, comenzará el espectáculo.
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