Ella cerró con un portazo que retumbó
en toda la casa. La telaraña se balancea en el quicio de la entrada.
Sigue tejiendo la araña, indiferente a la tormenta doméstica, ajena
al humo del café recién preparado, imperturbable como el asesino de
una novela negra, que volverá otra vez a la escena del crimen. La
tela se trenza simétrica en sus hexágonos y los vértices se unen
en intervalos medidos y sin rastro. Y así concibo el crimen pasional
perfecto. Admiro esa urdimbre de formas soportando la presión justa
del zumbido de la mosca, en el vaivén de la brisa nocturna e
imparable.
Mientras paladeo el café, envanecido,
percibo el tintinear de las llaves en la cerradura, la sonrisa
nublada de mi mujer, la rigidez súbita en los miembros, la espuma en
la boca, la penuria de mi voz, la sequedad venenosa en la lengua
y
esa alegría
vertical
del
pataleo
de la
araña.
Microrrelato finalista en "La microbiblioteca" (Biblioteca Esteve Paluzie. Barcelona)
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